Saco amniótico

El saco amniótico está lleno de líquido amniótico y consta de tejido tenso, las membranas de los huevos. Es la cubierta protectora que envuelve el feto en el útero (útero) durante el embarazo. El saco amniótico y líquido amniótico juntos forman el hábitat del feto.

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Al final de las terceras semanas, el feto mide unos 4 milímetros de largo y toma cada vez más forma y se vuelve cada vez más vulnerable. Después de la fertilización, el grupo de células desarrollado inicialmente se llama blastocisto. El blastocisto consta de dos capas de células diferentes, la interna y la externa.

Desde el grupo celular interno, el niño finalmente se desarrolla. El grupo de células externas forma un pliegue con el cotiledón medio sobre el crecimiento embrión. La cavidad amniótica se forma cada vez más, que luego se convierte en el saco amniótico.

La cavidad amniótica vuelve a crecer mientras la embrión crece hacia abajo. La distancia entre la cavidad amniótica y el embrión se vuelve cada vez más grande durante el embarazo y se llena cada vez más de líquido, el líquido amniótico. El saco amniótico finalmente recubre el útero desde el interior. Tiene aproximadamente el tamaño y el grosor de un globo. Es muy flexible y elástico y, por tanto, se adapta bien a los movimientos posteriores del bebé en el útero.

Función del saco amniótico

El saco amniótico tiene varias funciones importantes durante el embarazo. Estos incluyen la formación del líquido amniótico. El líquido amniótico es producido por las células internas del saco amniótico y es secretado por el útero.

Otra función muy importante es proteger al feto. El saco amniótico encierra completamente al embrión de modo que los gérmenes, virus or bacterias fotosintéticas no tienen posibilidad de entrar en el saco amniótico desde el exterior y posiblemente causar una infección. Además, la elasticidad del saco amniótico protege muy bien al embrión de los choques externos. Puede suceder que las mujeres embarazadas se tropiecen con algo con su barriga gruesa. Este impacto es luego absorbido muy bien por el saco amniótico y el líquido amniótico, de modo que el recién nacido no sufre ningún daño y apenas nota nada del impacto.